28 octubre 2006

Sobre sismos

Existe cierto ambiente insano de sicosis en Lima por estos sismos. Hay que seguir tranquilos nomás, que de nada sirve cargar un factor irritante más al estrés diario. Y tomar las medidas del caso, pero si pasa, pasa. Qué se va a hacer, no controlamos la naturaleza. Todo esto me recuerda en cierta medida a 1981, cuando un ingeniero minero gringo, metido a sismólogo, llamado Brian Brady, pronosticó tres cataclismos, con fechas incluidas, que iban a destrozar Lima. Brady prometió que se retiraría a pintar si fallaba. Todo el mundo andaba nervioso, pero felizmente no pasó nada y el yanqui ya debe tener muchas acuarelas terminadas. Según los veteranos, lo que sí sería realmente preocupante es que muchas zonas precarias se desmoronarían si se repitiese uno como aquel del martes 24 de mayo de 1940 a las 11.30 de la mañana, que ha sido el más fuerte en la Lima moderna. Fue grado 6.6 (con “intensidades de VII-VIII”). Hubo 179 muertos, con 3, 500 heridos. Se sintió de Guayaquil a Arica. Chorrillos (se cayó todo el borde del malecón y quedaron destruidas el 80% de sus casas), Barranco y el Callao (el mercado se desplomó y murieron cien personas) quedaron muy afectados. Armando Villanueva cuenta que él estaba preso en El Frontón y que estando echado leyendo en una de sus playas vio cómo se levantó una gigantesca nube de polvo que tapaba la costa limeña. El novelista y entonces escolar Julio Ramón Ribeyro rememoraba que su puño entraba en la grieta que se abrió en su pared miraflorina. Según los remeros del Regatas, el mar había estado “bien raro y picado” ese amanecer y que, tras el evento, se retiró unos 150 metros. Retornó suavemente, aunque con algunas rachas breves de olas de tres metros. Cuenta la historia que Hernando Pizarro experimentó este fenómeno, el primero que sintieron los españoles en Lima, cuando acampaba en Pachacámac. Hubo otros intensos en 1586 y 1687, pero la palma se lo lleva el acaecido el 28 de octubre de 1746 a las once de la noche. Sólo 25 de tres mil casas limeñas quedaron en pie. Le siguieron dos olas de 20 metros que devastaron el Callao (llamado entonces “Presidio”), donde de cinco mil habitantes sólo quedaron vivos los 200 presos y policías que estaban en el penal de San Lorenzo (según el alcaide Manuel Romero, ya se “sentían como mugidos en la tierra en la isla” pocos días antes del movimiento). La etnia pescadora llamada “pitipiti” de Chuchito desapareció totalmente. Se estima que fue grado 8. Narra Ricardo Palma que el libertino Juan de Andueza fugó a caballo de un burdel chalaco con la espuma del mar lamiéndole los cascos al animal por un buen rato e ingresó montado a la iglesia de La Merced, volviéndose monje después. El mar llegó hasta donde hoy se ubica la iglesia de Carmen de la Legua… ¡Guau!

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