- Es muy estimulante escuchar a los viejos. Me pongo a conversar con un sabio veterano sobre el tema de Wong y éste me suelta una tesis interesante. “Mira, si yo fuera el Grupo Rodríguez Pastor, dueño de Plaza Vea y Vivanda, la competencia actual de este Wong chilenizado, haría una cosa muy sencilla: registraría las marcas Monterrey, Gálax, Tía y Scala Gigante en el Indecopi, pues ni siquiera deben figurar allí porque desaparecieron antes de que Boloña cree esa institución en noviembre de 1992. Y el Itintec pasó a mejor vida hace mucho tiempo. Esas marcas no las debe tener nadie.
Usaría esos nombres en mis tiendas para fregar a los chilenos con el factor nacional que tanto ha ardido con Wong, ya que éstas son marcas de siempre, con recordación local, con sustrato histórico peruano, en lugar de las insulsas Plaza Vea o Vivanda, que no me dicen nada. ¿Quién no adoraba su Scala con la ‘G’ grandaza y las rayas naranjas, al Monterrey con la coronita con dos piernas? Mira tu caso con el diario Correo en Lima, que dejó de circular en 1983 y regresó con una fuerza impresionante el año 2000. ¡Marca, eso es fuerza de marca! Mira cómo le bajaron el precio a Ojo y sextuplicó el tiraje sin regalitos ni promociones porque es el nombre del diario popular por excelencia en el país. ¿Tú crees que no tendría éxito ahora una gaseosa de naranja marca Crush, mejor aún con esa botella de diseño sensacional que tenía o un tetrabrick de leche marca Plusa, que también tenía una botellita de vidrio espectacular de bonita? En lugar de usar nombres insulsos, impersonales, helados, como Plaza Vea o Vivanda, tendrías Gálax para las tiendas selectas y Tía o Scala Gigante para las masivas. Si yo fuera de esas tiendas chilenas Almacenes Paris o La Polar, le pondría Monterrey a mis locales cuando los abra y ya tienes medio trabajo hecho. ¡Estos de ahora no saben!”. - Otra de viejos sabidos.
Estábamos hace muchas lunas un grupo de condiscípulos de la PUC estudiando un curso de derecho cuando entró el padre del dueño de casa, un destacado abogado, algo entrado en copas. Nos miró socarrón y nos preguntó: “A ver, cojurídicos, ¿qué norma es la que está por encima de todas en el orden jurídico?”. “¡La ley!”, contestó muy seguro uno, lo que motivó una sonrisita que lo desinfló. “¡La Constitución!”, retrucó otro, originando la misma reacción desmoralizadora. “¿Los tratados?”, arriesgó sin suerte un tercero. Tras un silencio, otro dijo: “Señor, ¿nos va a decir que los decretos legislativos, los decretos leyes o las resoluciones supremas priman? Imposible”. “Escuchen esto y apréndanlo, que es ‘universidad de la vida’ y no libritos. La norma que más importa es el reglamento, la letra chica. Siempre miren el reglamento de una ley. ¡Allí está todo! ¡Allí reside el poder de los poderosos, los políticos, los ricos, los burócratas, los abogados, los caviares...! ¡El resto son tonteras!”, afirmó muy seguro. Y se marchó a dormir la mona. ¡Cuánta verdad dijo!
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