Algo imprescindible al visitar Buenos Aires es darse una vuelta por los libreros de la calle Corrientes y traerse material. Eso hice un tiempo atrás y conseguí “Montoneros. ¿Soldados de Menem? ¿Soldados de Duhalde?”, un largo y bien escrito reportaje de Viviana Gorbato sobre la “Orga” y sus integrantes. Allí, en la página 53, uno se topa con Gustavo Molfino, implicado en la deportación de “monchos” de Lima a Bolivia en 1980, fantasma que ha venido a perturbar la vejez de los generales Morales Bermúdez y Richter. La madre de Molfino estuvo entre los detenidos y apareció misteriosamente muerta en Madrid.
Gustavo (nacido en 1961) cuenta su historia. De acomodada clase media provinciana (Chaco), su madre enviudó, quedándose con seis hijos. La prole era superpolitizada, dividida entre troskistas y peronistas de izquierda. Gustavo cuenta que le leían la historias del “Che” a los seis años en lugar de cuentos.
Optó por el peronismo zurdo al ver muy diletantes a los “troskos” del ERP y por una hermana muy activa en Montoneros junto a su marido. Llega el golpe de Videla y pasan a la clandestinidad, donde su hermana (¡él tenía 13 años!) lo entrena en el uso de revólveres. La madre ayuda en las actividades clandestinas de su prole (divididos entre Montoneros y el ERP) escondiendo armas, gente, documentación. Huyen a París en 1977 y se van luego a vivir a un “santuario” madrileño, ubicado por el pituco barrio de Puerta de Hierro. Allí el dirigente Roberto Perdía (el “número 2”) lo nombra mensajero y en 1979 hace viajes semanales a Panamá –con pasaportes falsos– llevando dinero, microfilmes y papeles. Hacía escala en Cuba y allí le daban más “material” para transportar. Iba con su pastilla de cianuro por si lo capturaban.
Le ordenan regresar a Argentina a fin de año para la contraofensiva suicida contra Videla, una locura sospechosa ordenada por Firmenich, el líder máximo montonero. Es de película de espías ver cómo se contactaban en BBAA, cambiaban de identidad constantemente, recogían “material” (armas, bombas, plata, papeles) y mudaban de “santuarios”. Regresa a París y lo envían a entrenar en el Líbano con la OLP hasta diciembre de 1979, soportando bombardeos israelíes y el enterarse allí que Videla había acabado ya con su hermana y su cuñado montoneros. Molfino reconoce que tanto la SIDE como el Batallón 601 (servicios de inteligencia de Videla) eran muy eficaces (bueno, con esas torturas quién no hablaba) y que incluso le hicieron llegar el mensaje a un familiar del Chaco que sabían perfectamente quién era y que se “abriese”.
De allí lo mandan a Perú en 1980 con su madre –ya ella era un “cuadro” montonero como enlace de comunicaciones (“Ella fue más a tomar contacto con las organizaciones peruanas de derechos humanos”, pág. 64. Ojo con estas conexiones)– para preparar una cumbre entre Perdía y un grupo montonero que vendría de Argentina. Allí dice textualmente: “Los montoneros tenían muchos contactos con el Partido Socialista Revolucionario” (pág. 64). Como se recordará, el PSR era el partido fundado por los velasquistas tras la caída de este dictador, compuesto básicamente por rojitos estómagos agradecidos que recién fueron alguien bajo la dictadura. Nunca fueron importantes electoralmente.
También es interesante cuando menciona que “Cuando organizan el operativo, cuando Galtieri (nota: fue el penúltimo dictador, tras Videla y Viola y antes de Bignone, del “Proceso”, como se autodenominaba la tiranía gaucha) le habla por teléfono a Lister (sic. Seguro quiso decir Richter) Prada, el jefe del ejército peruano, pidiendo autorización para la operación, le habla de una importante reunión de Montoneros. El peruano acepta la operación, ‘nosotros les ponemos nuestros servicios, pero que no salga a la luz pública’” (págs. 64 y 65).
El comando argentino traía a un capturado de apellido Frías como soplón. Cuenta entonces cómo Frías casi se les escapa en el miraflorino parque Kennedy, donde el público ayudó a capturarlo pensando que era un ladrón. Al día siguiente cazan a un cuadro importante, a María Inés Raverta o “Juliana”, conviviente de Mario Montoto, secretario personal de Firmenich.
“Juliana” no llegaba al “santuario” miraflorino y la norma era que todos se escondan si el enlace tardaba más de dos horas. Pero Perdía les ordena que no se muevan mientras que él se va (¡qué valiente!) de la casa con su familia, el dinero y las armas. Además, manda a Gustavo Molfino a buscar a la gente del PSR (en esta parte Molfino asegura que Perú era parte de “Cóndor”. Es su versión, que también se repite en otras partes del libro). Molfino llega donde los PSR, que no le hacen mayor caso. Regresa y ya se encuentra con la casa rodeada. Llama de un “rin” a su madre momentos antes de que la capturen. Los del PSR llegan tarde. Encima Perdía se molesta con él cuando se aparece en un “santuario” prestado por el del PSR (podría ser la casa barranquina de Rafael Roncagliolo). Su madre aparecería muerta (por un veneno sin rastros) en Madrid poco después. Molfino cree que fue parte de una operación de encubrimiento y que los servicios secretos españoles colaboraron.
Por eso sospecha que el juez Baltazar Garzón no se quiso ocupar del caso en 1998 cuando el diputado argentino Roggero se lo exige. Molfino narra que los servicios secretos españoles lo “aprietan” para que deje Madrid y se vaya a Managua, donde pelea por los sandinistas. Regresa bajo Alfonsín a los 23 años al Chaco y tiene serios problemas de ajuste a la vida civil por actitudes violentas y porque la “Orga” le da la espalda. Así eran estos “angelitos”.
1 comentario:
Gran parte de esta historia es mentira.
Si quieren saber la historia real, escríbanme. No me la contaron, yo la viví, y tengo mucho para contar del actual Asesor de Derechos Humanos.
Laura (ése nombre, seguro, le va a resultar molestamente familiar).
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