Columna del 17 de octubre en Correo
POr Aldo Mariategui
Ya hace muchísimas lunas acompañaba en el carro a mi padre. De repente, éste paró en una esquina y le cedió el paso, con mucho respeto, a un peatón, un anciano de porte distinguido, quien agradeció con un gesto. “¿Y quién es ese señor?”, le pregunté, lleno de curiosidad infantil. “Un ex presidente que se llama Bustamante y Rivero”, me contestó. “¿Y qué hizo?”, le repregunté. “Pues ser un hombre decente, algo bien raro en este país. Y eso es bastante”, respondió. En aquel entonces, un “presidente” para mí era un señor calvo, ronco y achinado que tosía mucho, que siempre estaba uniformado y con cara de malhumorado, que eternamente estaba amenazando, en pesados discursos que pasaban a la vez en todos los canales de tv en blanco y negro, y que motivaba que, por miedo, la gente hablase en cuchicheos cuando se refería a él. Como mi padre siempre mostraba mucho desprecio hacia éste y lo tildaba, en voz alta, a diferencia de la mayoría, de cachaco bruto y prepotente, pues “presidente” para mí era sinónimo de algo malo. Este viejito me hizo pensar entonces que “presidente” podría ser algo mejor. Años después leí Conversación en la Catedral y me volví a topar con Bustamante. Me llamó la atención cómo un profundo iconoclasta como Mario Vargas Llosa se refería con veneración a él. Hasta ese momento sólo había visto a Morales Bermúdez y Belaunde en acción y la verdad es que mi concepto infantil de “presidente” no había mejorado muy sustantivamente (¡incluso empeoraría con sus sucesores!). Intrigado, me puse a investigar sobre Bustamante y terminé admirándolo. Es cierto que había sido cándido e idealista, pero… ¡qué bonito era su mensaje de democracia tras la guerra mundial con sus comunismos y fascismos; qué bello su verbo tan culto y qué decentes eran todas, todas sus acciones! Esa foto inaugural donde se muestra con la faja presidencial es emocionante, transmite tanta decencia… Fue una víctima de las pasiones políticas, pero hasta el final se guió por la ley, por lo que los cínicos lo apodaron “el cojurídico”. Como decían de él: “Era un presidente para Suiza”. No pienso ser hipócrita y deshacerme en elogios desmesurados, como típicamente se estila cuando alguien muere en el Perú. Fui muy crítico con Paniagua por decisiones que tomó durante su breve gobierno (básicamente la CVR y la política económica), así como por la hasta ahora inexplicable terquedad de no retirarse de una campaña electoral perdida y beneficiar así indirectamente a un candidato que suscitaba bastante desconfianza por su gestión anterior (y, lamentablemente, eso me hizo perder amistades colegiales). Pero lo que sí puedo decir es que Paniagua tenía mucho de Bustamante y Rivero. “Y eso es bastante”, como me dijeron 35 años atrás.
2 comentarios:
Muy interesante su columna de opinion. Si tuviera que opinar en detalle, digamos, diría que el sitio posee valor e interés por su perspicacia sobre todos los asuntos públicos y de interés común.
Me pica el culo, rascamelo sr. aldo m., se lo ordena su patrón Roque Benavides.
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