02 enero 2007

:: Hora de las uniones civiles

Columna Diario Correo
Por Aldo Mariátegui

Existen confusiones deliciosas y cuasi navideñas. Como saben, turkey es como se le conoce al pavo en inglés, palabra que también se utiliza para Turquía.
Resulta que leo en The Economist que esta ave –de origen mexicano y que era llamada “guajalote” por los aztecas– llegó a Estambul antes que a Londres. Así, los británicos pensaron que era de origen turco y lo llamaron “pájaro de Turquía” (turkey’s bird), lo que acabó en turkey, aunque otros hablan de un enredo con el ave anatólica “galloturco” (turkeycock). Este babel también acompañó a los árabes y a los mismos turcos, que lo identifican como “pájaro etiope” e “hindi” (por originario de la India), respectivamente. Para los franceses es el “dinde” (o “de las Indias”), mientras que para los italianos es el “pollo d’ India” (también le dicen “tacchino”).
Los más graciosos son los portugueses, que pensaron que venía de nuestro país y por eso le llaman “peru”, como descubrí en Brasil años atrás. Discúlpenme que haya hecho esta tal vez pesada y ornitológica introducción para propugnar, como buen liberal respetuoso de gustos ajenos, la pronta introducción en nuestra legislación de la “unión civil” o contrato –similar, pero no igual al nupcial– de pareja homosexual. Precisamente, lo que menos se le debe llamar es “matrimonio”, porque carece de procreación y de tenencia de vástagos, centrales en la añeja institución. Además, es tácticamente errado para sus impulsores denominarlo así, dado que los elementos más conservadores y religiosos utilizan inmediatamente este argumento para oponerse al “matrimonio entre maricones”.
Si dos fulanos de un mismo sexo quieren vivir juntos y establecer un régimen de gananciales, propiedad y herencia común, no veo por qué el Estado deba impedirlo.
He escuchado del absurdo caso de una pareja de este tipo, ya entradita en años, donde uno tuvo que adoptar al otro para que a su muerte tenga derechos a sus bienes. Otros hasta se han tenido que casar en embajadas. Que se les facilite ya una figura legal para que inscriban su acuerdo y votos de pareja ante un notario o en una municipalidad y no tengan que recurrir a leguleyadas, cuando tienen los mismos derechos que el resto. Ya si payasamente se disfrazan de blanco o hacen remedos de matrimonios es cosa suya, como simples actos privados inocuos.
Es que lo que los resentidos bigotones intelectualoides rojos y los pequeñines antisemitas, acomplejados y figurettis deben saber –lo dirán por ignorantes, no por brutos, supongo– es que los liberales no integramos la llamada “extrema derecha”, como sí los muy autoritarios y militaristas fascistas (que además son intervencionistas económicos porque no creen en el libre mercado), y que la tolerancia hacia los otros es nuestra consigna. Pero siempre dentro del más estricto respeto a la ley y al principio de autoridad. En todo caso, y si insisten en etiquetas topográficas obsoletas, somos de “derecha” (y muy laicos) nomás, chicos.
¡Ser liberal no es ser fascista ni anarquista ni cucufato, mucho menos permisivo con los violentos, dummies que fueron ambos sirvientes del dictador Velasco en el diario La Crónica!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Komentar en este blog es komo subirse a un bus vacio. Es komo ser el uniko kliente en un restoran o el uniko espektador en un cine. Asi de solitario me siento. Es komo estar en la plalla en invierno o comerse un ceviche Kuando esta garuando.
Pero al menos este blog se resiste a morir. No es komo el blog del tio Hildebran, que está agonisando de forma patetica y espelusnante.
Este blog es duro de matar.

Alditus dijo...

Gracias por tu alabanza silvestre. Este blogs trata de que aquellos que tanto critican a Mariátegui tengan espacio para que refuten sus escritos. No es lo mismo que leerlo en correo donde no se le puede responder. Se agradece tu participación. porque me permite seguir manteniendo este sitio. Además se lle bastante. por eso le puse contadores que me permitan saber si vale la pena que exita y hasta el momento ha valido esa pena.