A menudo se utilizan símiles poco adecuados para explicar la economía y éstos devienen en perniciosos clichés. Por ejemplo, aquello del “chorreo”, donde se supone que el crecimiento económico arranca desde los de arriba para luego ir lentamente deslizando sus gotas de bienestar hacia los de abajo.
No amo los símiles, pero más adecuada –más aún ahora que estamos en verano– es la figura de que el crecimiento económico es más bien como una subida de marea, que hace flotar a los agentes económicos que estaban en la orilla, sólo que unos son más pesados que otros, generalmente por falta de educación, de acceso a infraestructura, de espíritu mercantil para aprovechar las oportunidades o de “actitud” por excesiva dependencia del asistencialismo (esa nociva cultura de la mano extendida, de “dame porque me lo merezco o es mi derecho”, noción a menudo inventada por políticos y sindicalistas, como si la economía fuera una cosa abogadil de repartir “derechos”. Además, casi nunca se habla de “mis deberes”. Si te dan un derecho, pues también debes asumir un deber correlativo). Mientras más fuerte suba la marea, más fácil será que floten todos o nadie quede medio sumergido. Por eso hay que crecer lo más posible, pero sin hacer disparates porque la marea regresará a su sitio y ya no habrá nueva orilla más cerca de la tierra del bienestar, sino mucho cangrejo recesivo comiéndose a los agentes económicos en una orilla más lejana. Por ejemplo, con prontos TLC con EEUU y una reforma laboral, esa marea será muchísimo más vigorosa.
De otro lado, tampoco es que la economía sea como una “torta” estática, por lo que lo único que habría que hacer es recortarla de modo que todos coman mejor. ¡No! La economía es más bien como un móvil fluido, extremadamente sensible, que bien puede expandirse, bien puede contraerse, según cómo lo estimules (o hinques).
Mucho torpe aprendiz de pastelero le mete cuchillo a la “torta” y lo que provoca es que ésta más bien se achique y haya menos para todos. Entiendan estos dos conceptos y ya estarán pensando correctamente en términos económicos. Es previsible que los ingresos tributarios crezcan desmesuradamente durante la regularización del impuesto a la renta en abril. Eso significa que el Estado tendrá mucho más dinero aún para no saber cómo gastarlo.
Meterle más plata al Estado (gobierno central, regiones y municipios) será ahondar su actual indigestión. Ya es tiempo de que parte de ese dinero regrese a los bolsillos de los ciudadanos para estimular el consumo y la inversión, ya que los agentes económicos privados saben siempre asignar el dinero mucho mejor que el Estado y los “ingenieros económicos”.
Y eso sólo se da por rebajas de impuestos y aranceles. Ya es hora de que visitemos –¡prudentemente!– a Wanniski, Laffer, el Premio Nobel Mundell y al “suppy-side economics” o economía de la demanda. Laffer la puso muy simple en su famosa “curva de Laffer”. Mientras más impuestos le pongas a un producto, llegará un momento en que la tasa será tan alta que desestimularás su uso y se te caerá la recaudación. Por eso, ya es hora de que bajemos –aunque sea temporalmente– algunos impuestos, sobre todo el ISC.
Esto porque habrá más consumo y eso significará una mayor recaudación al Estado.
Eso lo vimos claramente cuando PPK le bajó el ISC a la cerveza, un producto absurdamente caro, porque tiene los impuestos más altos del planeta tras Corea y Kenya. Se consumió más y se recaudó más, pero vino el ronero Silva Ruete y los elevó.
Bajémosle los impuestos a la cerveza, autos, gaseosas y electrodomésticos, y verán cómo se dispararán las ventas y se recaudará más. Otro caso es el de los combustibles, donde más de la mitad de su precio son impuestos. ¡Un abuso! Rebajarlos les pondría inmediatamente más dinero en el bolsillo a los consumidores y les disminuiría un costo que es muy alto a los agentes económicos, desde el transportista hasta el productor y el simple chofer.
Y los aranceles. Ya la tasa máxima debería ser un 10% por el momento y deberíamos eliminar esos 17%, 20% y 25%, que tienen nombre propio...
Y si sale el TLC, pues adelantar la canasta de productos urbanos masivos de consumo. Creas más clase media al facilitar que la gente tenga más bienes, recaudas más y haces que el ciudadano común sienta inmediatamente los beneficios del libre comercio, legitimando políticamente al TLC. ¡Y es una vergüenza que los libros no tengan arancel cero! Pero todo sin excesos y hasta temporal, de acuerdo con el ciclo e ingresos.
Kennedy-Johnson bajaron impuestos y eso generó la gran expansión económica estadounidense de los 60, la que fue interrumpida por la idiota y carísima guerra de Vietnam. ¿Y por qué no debatir ir al “flat tax”, al impuesto a la renta plano? Ya escribiré sobre él. Superemos la etapa del economista como simple cajero. Más imaginación. Miren al Chile de Büchi, a Irlanda, a Nueva Zelanda.
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