Hoy se celebra el Día del Agua, el recurso más escaso en nuestra costa. Recuerdo que cuando el veterano político israelí Simón Peres nos visitó durante el toledismo, le preguntaron qué era los que más le había llamado la atención del Perú. Peres, que venía de una nación que le ha peleado metro a metro al desierto, respondió “¡El cómo se desperdicia el agua!”.
Es una paradoja irónica, porque el agua en nuestro país sobra de los Andes hacia el este y nos falta desde esta cadena hacia el oeste. Nuestra costa es una estrecha franja desértica, rota por una veintena de vallecitos estrechos. Y hemos sido tan inteligentes que edificamos nuestras urbes en las zonas fértiles. Nos hemos casi cargado el valle de Lima, el más amplio de la costa por tener tres ríos: Rímac, Lurín y Chillón (por eso y algunos detalles más, como una isla grande y cercana para refugiarse de los ataques incas y una tranquila bahía amplia encharcada por una península –La Punta– para puerto es que los españoles lo eligieron para su capital. Casi todos provenían de las áridas y polvorientas Andalucía y Extremadura, la “extrema y dura”).
Y a tener en cuenta que Lima es la segunda ciudad más grande del mundo ubicada en un desierto, tras El Cairo. Pero como los peruanos somos tan especiales, el 40% del agua de Sedapal se pierde por filtraciones. Y los ríos costeros llegan cargados al mar cuando ni una gota debería desperdiciarse. Y los pobres pagan una barbaridad por cada barril de agua sucia que compran porque no se quiere permitir el ingreso de la inversión privada y ellos son los que más se oponen por culpa de la demagogia (congresistas, curas y alcaldes, la moderna trinidad embrutecedora del pueblo de la que hablaban González Prada y López Albújar).
Y el agua en el campo es gratis porque desde Velasco se dejó de lado la antigua ley que la regulaba. Y lo que es gratis no se valora y así, imbécilmente, sembramos arroz en la costa, para desperdiciar agua y salinizar las tierras. Es escasa pero no cuesta, cuando precisamente lo escaso es caro. Es que la lógica no es una virtud peruana (si el 40% votó por Humala…).
“Verde, que te quiero verde”, le declamaba García Lorca a su seca Andalucía. Y verde es el color del Paraíso para los árabes, porque precisamente no lo tienen. Y Peres no suelta los ocupados Altos del Golán a los sirios porque desde allí nace el río Jordán, del Mar de Galilea para los judíos o Lago Tiberíades para los romanos por el Emperador Tiberio, que aporta el 30% del agua en Israel y en donde cuentan que el Cristo caminó sobre sus aguas ante un asustado Pedro. Por eso Peres se asombró aquí. El agua a él le costó sangre, sudor y lágrimas. Nosotros la botamos. Imbéciles. Perfectos imbéciles.
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