Reviso, fascinado, el testamento de Riva Agüero (RA), porque me habían dicho que la junta que administraba el usufructo de los bienes dejados a la PUC había fenecido en 1964 y que ya todo quedaba en manos del profesorado, por lo que Cipriani se estaba metiendo a la mala al pretender resucitarla y que por ello habían tenido que meterle un amparo. Pues no, esa no es toda la película. Los caviarines no me la contaron toda. Hallo allí a una persona tremendamente religiosa, cuya curiosa preocupación por dar un montón de misas y de ser enterrado con hábitos va pareja con sus legados a familiares, a su servicio doméstico (otra cosa rara: todos europeos) y a la filantropía.
También llama la atención que al parecer residía en el Hotel Bolívar, donde muere en 1944 a los 59 años. En realidad, no es un solo testamento, sino que RA presenta una primera versión en 1933, a la que le irá haciendo sucesivas adiciones. En esta primera voluntad ya instituye a la PUC como heredera y dispone que se cree una junta que administre el usufructo hasta 20 años después de su deceso, donde ya los bienes pasan plenamente a la propiedad de la universidad. Luego viene una ampliación (1935), sin cambios sustanciales al tema de la PUC. Posteriormente surge una tercera (en 1938, vísperas de un “viaje alrededor del mundo”, como dice el documento).
Aquí es donde aparece la “Junta Administradora Perpetua” de sus bienes para “sostenimiento de la Universidad Católica”, en “condición insubstituible”. ¡Castellano claro! Esa voluntad del donante no se puede cambiar porque anula al testamento. Finalmente, agrega otros aspectos en Madrid (1939), sin referirse a la PUC (universidad nombrada “pontificia” en 1942, por lo cual debería estar, según reza la ley canónica, bajo la autoridad directa del Vaticano, representado por su obispo local, ojo, o si no deja de ser clerical y adiós testamento. Otra arma más para el cardenal limeño). Ojo, no comulgo con Cipriani y tampoco con los caviares que controlan la PUC.
Seguramente me sería más soportable la versión caviar actual (y hasta la insufrible roja que viví en los 80, de Peases y Josefinas Huamanes) a una administración confesional, capaz hasta de negar que el hombre desciende del mono (y el mono de Antauro), pero aquí de lo que se trata, como liberales, es de respetar la voluntad del individuo. RA ordenó una “Junta Administradora Perpetua”, así que el pacto caviar de los entonces cardenal Alzamora (jesuita caviarón) y rector Lerner (supercaviar) para mediatizarla en 1994 no es válido. Además, RA era supercucufato y conservaduro, así que absolutamente estaría más cercano a Cipriani que al Lerner de la CVR o al otrora rector Felipe MacGregor, aquel jesuita que fue el padre del caviarismo peruano. Aunque a la guapa Claudita Cisneros no le guste y suelte lisuras sin antes enterarse del tema, legalmente Cipriani la gana. Entretenido ver esta pelea conservadura-caviar desde el balcón liberal.
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