16 octubre 2007

:: Otra de “Demetrio” (15/10)

No he parado de reírme desde que supe que César “Demetrio” (de metro y medio) Hildebrandt me quiere retar a duelo. ¡Huachafo! Pero quien mejor lo ha retratado es Fernando Ampuero en El enano, obra publicada el año 2001. A continuación, un pantallazo de sus 195 páginas para que la juventud conozca a fondo a este falso valor, a este duende polaco no finés, resentido, maligno y envidioso, a quien Ampuero apoda “Hache”. ¡Recomiendo leer de corrido y en voz alta!: “Hache era un enano (…) arquetipo del renacuajo envanecido y prepotente de los cuentos para niños (…) enano colérico y maligno (…) Hache apenas rozaba el 1.40 cms (…) Con sus lustrosos ‘makarios’ (nota: zapatos de tacones altísimos de los 70), vestía como un chulo de discoteca (…) advertí que hablaba con una voz excesivamente alta (…) que gesticulaba con ampulosidad, que intentaba ser un interlocutor brillante, que la estética de sus tenidas dejaba mucho que desear (nota: ¡Y eso que Ampuero no lo vio años después en tv con sus espantosas corbatas huachafas, sus ternos color caca o azules con cuadrazos blancos, con sus polos Lacoste totalmente abrochados y con saco de terno! ¡Ni oyó sus oraciones que acaban en tres sinónimos y las alambicadas repeticiones de sus frases finales!). Hache, por el contrario, había trabajado para la dictadura de Velasco (…) Pero el evidente resentimiento social de Hache me dio que pensar (…) Hache es el azote de los débiles, los sumisos y los indefensos (…) ¿No te has fijado con qué sadismo y crueldad trata a los practicantes? (…) Sacrificó su independencia política al subirse al carro, sucesivamente, de Juan Velasco, Alfonso Barrantes, Alan García y Mario Vargas Llosa (…) Su trauma responde a un drama familiar (…) Su padre tuvo relaciones con dos hermanas –dijo–. Se casó con una, y con la otra, al parecer, convivió. Con la primera tuvo tres hijas, que Hache casi no conoció y de la segunda nació él (…) Se sintió feo, diferente, marginal. Reforzó sus complejos sociales y sus odios (…) Acomodando el cojín que solía poner en su asiento para que no se le vea tan chato (…) Quizás lo que más me impactó fue la versión final que quedaba de él tras los sucesivos polvos cosméticos que las maquilladoras, a exigencia suya, le aplicaban constantemente (…) Y eso lo llevó, en ocasiones, a convertirse en un modesto precursor de Michael Jackson (…) Gritos atronadores, puñetazos sobre la mesa (…) acostumbraba bramar de cólera a la menor desavenencia (…) se tornó ególatra, fatuo, megalómano, arropando fama de poseer un ego elefantiásico (…) Hache iniciando su autoexilio español tres meses más tarde (…) Había empezado a soñar, a fantasear con asumir el reto de hacer literatura, escribir una novela (…) al parecer, su idea era ingresar al staff de redactores del diario que más lo encadilaba, El País (…) pero su sueño se desvaneció como una burbuja (…) se resignó a un pasar de corto presupuesto, aceptando el único trabajo que pudo conseguir, colaborador del ABC, el diario más conservador del planeta (…) A un amigo común, que estaba de tour por España, se le ocurrió un día caerle de sorpresa y fue a buscarlo al ABC. –Quisiera hablar con el señor Hache- dijo en recepción. –¿Con el señor qué?, preguntó la recepcionista (…) –Hache. Es un periodista peruano que trabaja aquí.-¿Hache dice? ¿Y trabaja aquí? –Sí, publica con asiduidad. –¡Pues mire Ud., que yo tengo en esto un largo tiempo y no sé quién es!(...) Hache había regresado de España con una novela inédita bajo el brazo (…) Es duro lo que voy a contar y me apena (…) un fracaso literario duele como un taladro de dentista sin anestesia (…) La novela de Hache se tituló Memoria del Abismo y apareció en Lima en medio de una absoluta indiferencia (…) La novela no era mediocre (…) No. La novela era mucho peor, era mala. Sin pecar de exagerado, tal vez la novela más mala que se haya escrito por estos rumbos (…) Se te cae de las manos. Su principal problema es que está escrita con un lenguaje grandilocuente, cargando las tintas, como es él cuando habla, y la cosa, claro, no funciona. Los personajes son acartonados y los diálogos inverosímiles, cuando hablan nunca dicen una frase normal (…) Acordaron tirar dos mil ejemplares (…) Balance de ventas de Memoria del Abismo: ochenta ejemplares (…) Cuando insulta a la gente, no lo hace movido por cóleras, sino por el deseo de demostrar que es alguien que merece ser temido (…) Se convirtió, si se quiere, gracias a un cierto barniz intelectual, en una variante del periodismo chicha (…) Su pedagogía del odio, sus torrentes de sandeces, sus mentiras de la hermanastra de Cenicienta, recurre a la coartada de erigirse en defensor de la moral ciudadana para justificar sus desajustes emocionales y contrabandear sus vendettas (…) He liquidado ese sonso prejuicio de que a un enano no se le puede pegar (…) ‘Si uno le contesta, se pone a su nivel’. Esa es la clave del éxito de Hache. Lo peor que le pueden decir a alguien es ‘que no debe ponerse a su nivel’. Y entonces el agraviado, que decide actuar como un señor, se inhibe, en tanto el enano se queda con la cancha libre. Por eso la rata de Hache se siente un intocable (…) Se meterá con tu vida privada, te fabricará cosas (…) Sus últimos programas fueron un triste alarde de disfuerzos, coprolalia y ridículas poses de diva (…) El negocio de Hache es el insulto. De eso vive (…) Exacerbado por su ametralladora de notas y las ‘pepas’ que ingería en abundancia (…) El enano, es triste decirlo, sólo sabe envidiar y envidiar (…) a Hache sí le revienta ser un enano (…) el enano quiso ser congresista y fracasó (…) ‘¡Enano de mierda!’, exclamé (…) ‘¡enano hijo de puta!’, continué enardecido (…) Hache debió presentir que bajaba a romperle la crisma (…) No tardó un segundo en poner primera (…) Huyó como un conejo (…) ¡Se pasó la luz roja!, protestó un ambulante”.

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