A pesar de que no es una de las calificadoras más importantes del mundo como Fitch, Moody´s o Standard & Poors, es sumamente alentador que la canadiense DBRS nos haya otorgado el grado de inversión. Para muchos este término resultará chino, pero vaya que es importante. Para ponerlo en sencillo, estas calificadoras de riesgo lo que hacen es decirle al mercado qué tan seguro o peligroso es prestar dinero, comprar bonos o hacer negocios con determinados países y empresas. Mientras mejor te califiquen (usan escalas como triple AAA, BB+, C-, etc…), más barato te saldrá el dinero que te presten (tasa de interés), más barata será la tasa de interés que te pidan por tus bonos o estarán más inclinados a invertir contigo porque tienen la seguridad de que eres solvente, responsable y cumplido. El “grado de inversión” es el más alto de esta escala y es un poco como que te den tu tarjeta de crédito platino. Nuestro país está muy cercano de obtener el grado de inversión –en Latinoamérica sólo lo tiene ese ahijado de los gringos que es México y el meritorio Chile– de las calificadoras “grandes”, lo que unido al TLC con EEUU nos pondría en la primera vitrina para recibir mucha inversión extranjera. No sólo tendríamos el mercado gringo asegurado sino una coraza crediticia del mejor nivel. No es poca cosa y ha costado muchos años de esfuerzos tras ser el paria del planeta en los 80, cuando el FMI nos consideraba “valor deteriorado”, no teníamos reservas internacionales, vivíamos de los aviones que traían dólares de la selva (el dólar subía cuando llovía y no había vuelo), nadie nos prestaba dinero, ningún banco quería trabajar con nuestro país y nos consideraban un país inviable (como ahora se habla mucho de Bolivia y Ecuador).
Cierto que falta mucho, que la pobreza aún es gigante, que un populista demagogo como Humala casi gana en las últimas elecciones y hubiera tirado por la borda todo lo que ha costado tanto, que Hugo Chávez nos tiene en la mira, que hace falta mucha infraestructura y educación, que las ONG caviares y rojas tratan de frenar nuestro desarrollo minero, que la gente es impaciente y exige atajos cuando el camino hacia el desarrollo es largo y duro, que aún muchos peruanos tienen que emigrar para hacerse de un futuro pero estamos avanzando.
Lo preocupante es que podríamos hacerlo aún más rápidamente dentro de esta coyuntura internacional tan favorable por los precios de nuestras materias primas. Eso pasa por asignaturas pendientes como la reforma del Estado (que no puede ni repartir frazadas o comprar autos), la ampliación de la infraestructura (más aún si las AFP nadan en dinero para concesiones), una reforma laboral y la mejora cualitativa de la educación (lo que hay ahora es una tomadura de pelo).
Y salvo un avance inicial en el último punto (ruptura de la tiranía del Sutep), se está haciendo muy poco.
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