16 octubre 2007

:: Un falso mito (10/10)

¿Qué opinan ustedes de un individuo que como procurador supremo mandó fusilar inmisericordemente a 550 prisioneros políticos sin el más mínimo debido proceso, por lo que fue apodado “El carnicero de La Cabaña”; que les decía a sus compañeros “No demoren estos procesos. Esta es una revolución y las pruebas son secundarias” o “Yo no puedo ser amigo de nadie que no comparta mis ideas”; que era tan violento que el propio Fidel señaló en un discurso (18/10/67) que era “excesivamente agresivo”; que era tan inútil que como ministro de Industria compró máquinas de nieve para un país tropical (¡peor aún que los patrulleros y las ambulancias aquí!) y cuyo voluntarista plan de industrialización fue un absoluto desastre; que era un fanático con el cual no se podía discutir y cuyos hábitos de higiene, desde escolar, cuando lo apodaban “Chancho”, eran deplorables; que era un universitario pituquito de Palermo y el San Isidro Rugby Club que recién a los 24 años descubrió que existía la pobreza extrema; que como padre fue bastante descuidado; que fue un mantenido de la primera mujer; que era tan alocado que pretendió capturar manu militari, ante el susto de Fidel, las ojivas rusas estacionadas en la isla para convertir a Cuba en una potencia nuclear, lo que hubiera desatado una guerra atómica; que declaró al Daily Worker que las hubiera disparado contra ciudades estadounidenses sin problemas; que mandó a la muerte a un montón de jóvenes ilusos con su absurda teoría guerrillera del “foco revolucionario”; que dijo que la tiranía dinástica de Corea del Norte era el modelo para el mundo; que se creía un gran líder militar cuando sólo había derrotado a un “ejército” cuyo poder de fuego era similar a nuestra Policía como mucho; que era un militar tan flojo que durante sus correrías por Africa jamás pudo con el célebre mercenario “Mad Max” Hoare; que cometió la tontería de irse a Bolivia sin coordinar con el Partido Comunista local para enfrentar a un régimen tan popular entonces como aquel de Barrientos, que tenía bajo su mando a un ejército de verdad y no a corruptas guardias nacionales batistianas o errantes bandas armadas africanas; que fue tan iluso que pensó que con 50 guerrilleros iba a ganar el poder en un extenso país de varios millones de habitantes y que no era una islita; que no se dio el trabajo de llevar un muy buen equipo de comunicaciones para coordinar con La Habana; que fue a su aventura boliviana sin haberse dado el trabajo de estudiar y comprender al campesinado indígena local, que los percibió como una banda de violentos “mistis” extranjeros que venían a perturbarlos en lugar de “liberarlos”; que erradamente se había preparado para hablar quechua cuando el idioma local era el tupí-guaraní?
Como bien escribió el intelectual inglés Christopher Hitchens, un ardiente partidario suyo al inicio: “Su estatus como ícono se aseguró porque fracasó. Su historia es de derrota y aislamiento, y por eso es tan seductor. Si hubiera vivido, el mito del Che ya habría muerto”.

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