“Mataperro” era en la Lima antigua una expresión casi cariñosa, similar –o tal vez más light– que “palomilla”. Era un poco la imagen del “pibe” de la película de Chaplin, un púber maltón o un temprano adolescente travieso pero sin –o con muy poca– maldad ni vicios. No llegaba al “pirañita” (más cercano al “pájaro frutero” de aquel entonces) ni al “malogrado” (que era otrora quien fumaba y tomaba joven, frecuentaba burdeles y mataba el tiempo de estudios en los billares, que sería casi un santo en términos modernos) ni al pendejo actuales.
Por eso hasta como que resulta un insulto al término llamar “mataperro” al congresista Miró Ruiz, dado que su acto es casi el de un sicópata. Es que debe estar medio enfermo de la cabeza alguien que le mete tres tiros al diminuto e inofensivo perrito faldero del vecino. Claro, si me dice que se le vino encima un tremendo rottweiler –tipo Lay Fun– o uno de esos dementes pitbulls, hasta lo apoyaría porque estaba defendiendo su pellejo, pero aquí estamos hablando de un animalito que hasta lo puedes matar de una patada.
El jueves pasado, a Ollanta Humala se le salió el posible “capitán Carlos” de Madre Mía y minimizó el incidente en Prensa Libre, con el argumento de que la agenda nacional debería ser dominada por “temas más trascendentes”. De acuerdo, pero la vida también se compone de pequeños detalles reveladores , amén de que este tema no es tan intrascendente.
Veamos: no podemos tener como padre de la patria a un prepotente energúmeno desequilibrado que balea animales pequeños porque le da la gana (el perrito no había atacado a nadie). Un congresista maneja dosis elevadas de poder, facultad conferida por el votante, que debe manejar con tino y sindéresis.
Si eso le hace al animal de su vecino... ¿Qué le podrá hacer a su prójimo entonces?
Para empezar, el Congreso debería exigir que un grupo de siquiatras examine a este sujeto a ver si es mentalmente competente para el cargo, porque esto ha revelado un muy preocupante rasgo en su personalidad y no podemos tener loquitos cuatropistolas en el Legislativo sino más bien gente cuerda, sensata y equilibrada. ¿Quién nos garantiza mañana que en el Congreso este caballero se enfrasque en una discusión ardorosa con gente de verbo enérgico como Mulder, Alcorta, Cuculiza, Abugattás, Giampietri o Cabanillas y de repente les termine metiendo un tiro? El señor ha demostrado que es un peligro andante.
De otro lado, un congresista debe gozar de esa virtud romana que se llama “gravitas”, lo que se traduciría como una conducta de peso, meticulosa, virtuosa y casi solemne que infunde respeto. Cuando uno discute con los yanquis sobre por qué le exigen cánones de conducta a sus representantes que a los latinos nos parecen hasta ridículos al invadir la vida privada, te responden que actúan así porque el elegido debe ser un ejemplo para la comunidad, particularmente para los jóvenes.
¿Qué ejemplo puede dar un señor que asesina a la mascota del vecino? Si esto pasara en EEUU o en España –hasta en Chile–, Miró Ruiz estaría en serios problemas.
Es que esto no puede quedar así nomás. Una batería de exámenes siquiátricos y una suspensión por 90 días le vendría bien a este inadaptado, amén de disculpas y una jugosa indemnización a los agraviados.
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