-El ministro Carranza nos sube ahora la gasolina, pero desde diciembre pasado no saca el aguantado bono del chatarreo para reconvertir los autos al gas. ¿Es por joder?
-Leo esto del “Día de la Papa” y se me viene a la mente un heroico recuerdo. Hace ya muchas lunas, mi padre me contaba la muy difícil situación que pasaron cuando mi abuela enviudó. Una extranjera sola con cuatro hijos chiquitos, sin más herencia que libros, con la familia política local que en su mayoría la ignoró porque “era la viuda del comunista” (lo mismo que le contestaron en la entonces fascista embajada italiana; por eso decía que ella era sólo peruana), y sin familia cercana en su país (sus dos hermanos habían muerto en la Primera Guerra Mundial en los desastres de Caporeto y el frente veneciano, donde la implacablemente eficiente máquina de guerra alemana de Hindenburg y Ludendorff –tras rendir a los rusos– hizo una dantesca carnicería con el anticuado ejército italiano. Decían los veteranos de guerra que allí “llovía sangre por horas” de tanto bombazo que les tiraron), vaya que tuvo que pasarla mal. Hubo algunos que se preocuparon por ayudarla, a pesar de haber sido rivales ideológicos de JCM, como Víctor Andrés Belaunde y Luis Alberto Sánchez, amén de algún buen Mariátegui, pero los primeros años fueron “muy, muy bravos” y me saco el sombrero cómo los cuatro salieron adelante y destacaron en lo suyo con tanta adversidad inicial.
Pues lo que se comió diariamente en esa casa durante esos durísimos años infantiles fue papa, plato del pobre europeo, pero preparada en su variante italiana, el ñoqui (gnocci), que no es más que papa prensada y mezclada con un poco de sal, algo de harina y una yema de huevo. Se moldea la pasta, se hierve, se mezcla con alguna salsa o se le usa como acompañante (como el arroz) y “presto”, estómago lleno y cuerpo bien nutrido.
Incluso la historia del ñoqui tiene algo de actualidad, pues nació alrededor de 1880, cuando los “signori” feudales italianos elevaron el precio del trigo por malas cosechas y los “contadini” (campesinos) se volvieron a la papa para crear esta barata pasta. El ñoqui resucitó con fuerza en la península durante la hambruna generalizada que trajo la Primera Guerra Mundial. También fue por mucho tiempo el refugio del pobre en los tan italianizados Uruguay y Argentina, donde existía la tradición de comerlos invariablemente a fin de mes cuando el sueldo casi no alcanzaba (por eso a sus ajustados empleados públicos les apodaban “ñoquis”).
Con el trigo tan caro y el arroz al alza, bien haría el gobierno en promover el consumo masivo del ñoqui, este tan humilde plato a base de papa que alimentó a Italia (y a mi padre) en los momentos más difíciles.
Es rico, baratísimo, fácil y rápido de hacer, nutritivo y variado (le puedes poner cualquier salsa, usarlos de compañía o simplemente meterles mantequilla). Puede hasta suplantar al pan en el desayuno.
Migremos al ñoqui para alimentar a nuestros pobres, para apoyar a nuestro humilde campesinado serrano papero y para no depender tanto de los cada vez más caros trigo, arroz y maíz.
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