Tal como especulábamos en nuestra columna anterior, ayer se ordenó la detención domiciliaria de Fujimori. Cierto es que esta es sólo una opinión de la fiscal, que aún falta mucha tela por cortar y que aquí algunos se han excedido en sus pronósticos, pero nadie puede negar que Fujimori anda al borde de un K.O. Indudablemente, debe responder ante la justicia por las numerosas pillerías y abusos de los que se le acusa. Nadie en su sano juicio –ni sus más furibundos seguidores que tengan una neurona viva– se cree eso de que “no estaba al tanto” de las barbaridades, conspiraciones y robos de Montesinos. Tiene serias responsabilidades penales. Pero vayamos ahora al análisis político desapasionado. ¿Este es el comienzo de su fin con sus huesos en la cárcel, como Leguía, o parte de una personal “travesía en el desierto”, esa de la cual hablaba De Gaulle, ese momento durísimo que todo animal político veterano tiene que vivir antes de resucitar de alguna manera, algo que experimentó García en París o Nixon en San Clemente, tan crucificados ambos en su momento?
Políticamente, lo percibo como un arcaísmo perdido, a menos que las ánforas lo exculpen y revivan –como sucedió con García– y que tenga un inesperado “aterrizaje suave” en nuestra política, como Alan, algo que no se debe descartar en el país de las maravillas. ¡De repente un proceso judicial aquí lo termina levantando! Pero en sí ya es obsoleto, un vago recuerdo de los 90. Sus reflejos autoritarios estarían fuera de época: no existe un Sendero poderoso para legitimarlos. Tampoco problemas económicos serios o disputas con Ecuador (hecho determinante en su victoria de 1995).
Fujimori vivía de las crisis fuertes y ya no las hay. Su “montesinización” mental fue tan total –¿se acuerdan de la enferma filmación con éste usando ambos las mismas corbatas y ternos?– que no lo veo administrando la cosa pública sin Montesinos: tras 1997, se volvió un morfinómano de su jefe de Inteligencia, cosa que no ocurrió entre García y Mantilla.
No tiene un partido fuerte detrás como andamio, como García con el APRA: el difunto SIN era su “partido”. No lo veo tampoco reciclándose en su discurso político y en su mentalidad cual García, capturando el centro (que es la fórmula ganadora usual).
Su figura polariza mucho políticamente para eso (aunque García era muy parecido al respecto). Carece de oratoria en espacios abiertos. Y lo masacrarían en una entrevista en televisión. Más futuro político le veo a su hija, en su juvenil “fujimorismo soft”. Pero ojo, estamos en un país caudillista, que le perdonó barbaridades a Piérola, Leguía (éste tuvo un entierro impresionante, que dice mucho de las posibilidades políticas que poseía a pesar de su tremenda caída y encarcelamiento) y Odría, que resucitó “muertos políticos” como Belaunde en 1980 y García en el 2001.
¿Acabará Fujimori preso como Leguía? ¿Sobrevivirá como García? Time will tell.
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