Este viernes por la noche tuve la suerte de conocer a César Gaviria, ex presidente colombiano y ex titular de la OEA.
Había ido al pub Coco de Mer y me lo encontré junto a un condíscipulo de colegio y otra gente. Me jalaron a su mesa y fueron 25 minutos interesantes de charla, dado que tenía que retirarse temprano para irse al Cusco. Lo primero que me llamó la atención era lo poco que lo había maltratado físicamente la vida política, pues el poder suele envejecer muchísimo.
Sin las canas, le hubiese echado 40 años. Tiene 60. Hablaba bastante articulado y lúcido; me hizo recordar al chileno Alwyn. De arranque me sorprendió con una tesis inesperada.
Cuando le pregunté por qué Colombia era tan violenta, me dijo –entre otros factores como la droga, una larga tradición republicana de guerras civiles a pesar de nunca haber tenido una internacional seria, etc… –que lo era principalmente por falta de Estado.
Y con datos me demostró que incluso aquí había más Estado (¡los rojos locales se morirían de escucharlo) y que nuestro problema era básicamente no tanto extenderlo sino hacerlo mucho más inclusivo.
Y por allí pasamos a su tesis favorita: La educación escolar. Gaviria nos comentó que si algo había aprendido era que el principal problema latinoamericano era la ausencia de una educación escolar pública buena que iguale mentalmente desde chicos a lo hombres, que ella era incluso más importante que la universitaria. Decía que eso lo había internalizado en el Asia emergente, que allá el hijo de un campesino salía del colegio público con un bagaje bueno –lo que le infundía autorrespeto y seguridad– y sin una brecha mental tremenda respecto de las élites. Coincidimos en que una signatura pendiente entre nuestros países es acercarse más (aquí sabemos muchísimo más de Chile, de Bolivia, Ecuador y de Brasil que de Colombia), aunque me pronosticó, sospechosamente muy seguro, una inminente y fuerte invasión de inversión colombiana.
También estuvo de acuerdo con que Colombia tenía muy, muy difícil sacar el TLC con EEUU, aunque me advirtió que nosotros no nos quedásemos dormidos. Otra tesis suya era que Perú y Colombia eran los países andinos donde la izquierda se había evaporado (aquí, donde ni juntos llegaron al 2%) o solía ser muy débil (allá, aunque está creciendo algo ahora) por haber jugado fuerte a la violencia, algo que no había pasado en los ahora mayoritariamente izquierdistas Bolivia, Venezuela y Ecuador.
Sobre Uribe, sostuvo que tenía muchísimo parecido a Fujimori, sólo que con un elemento confesional fuerte del que el japonés carecía (nota: éste era más bien era pagano y animista, a juzgar cómo le gustaba la brujería). Lo veía como un caudillo popular muy de derechas, inorgánico, pragmático y con un peligroso talante autoritario (él es ahora el líder de la oposición). Y se fue.
Quedaron Chávez, la OEA, García, Fujimori, Pablo Escobar y tantas cosas más por tocar.
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