Uno ve cada cosa rara en nuestro país que da por cierto aquello de que en el Perú Kafka sería un mediano escritor costumbrista. Juro que veo un chancho volando o lloviendo de abajo hacia arriba y me sigo afeitando. Por ejemplo, es increíble que no se permita que los serenos usen gas pimienta o pistolas eléctricas (“stun guns”) –armas no letales– para dominar a los delincuentes.
Aquí la Policía comienza otra vez con sus celos absurdos frente al Serenazgo, que complementa su tarea y no es su competencia. Espero que el general Salazar y el ministro Alva Castro eliminen esta absurda restricción. Es más, una señora de la Defensoría del Pueblo sale a decir que el gas pimienta le puede hacer daño a los detenidos que tengan asma.
O sea… ¿debemos preocuparnos por el asma de los antisociales? Oigan, a mí me ha caído gas pimienta en el colegio por una travesura de un amigo, que llevó un spray y se le disparó. Fastidia muchísimo, pero no es para tanto. Es una defensa perfecta frente a una chaveta o un palo, como lo es una pistola eléctrica, que tampoco es letal a pesar de la campaña en contra de Amnistía Internacional. Claro que podría haber alguna muerte que lamentar en un caso remoto con estos artefactos, pero también te puede matar un puñetazo o un porrazo del sereno o tal vez una mordida de su perro.
Otra cuestión alucinante es que los catedráticos universitarios insistan en que los “homologuen” con los vocales. Como bien dice León Trahtemberg: “La oferta de la homologación de sueldos es demagógica. Homologar los sueldos de 20 mil catedráticos estatales a las remuneraciones de unas decenas de magistrados que ganan cuatro veces más que los docentes es ilusorio”. Por supuesto.
Una cosa es pagarle varios miles de soles a muy poca gente y otra a miles; no hay presupuesto que aguante eso. ¿Cómo se le ocurrió esto a Luis Alberto Sánchez, padre del desaguisado? ¿No sabía sumar? ¿Qué tiene que ver una labor con la otra para “homologarlas” como si fueran idénticas? ¿Qué tiene que ver la labor académica universitaria –tan variopinta en los 33 claustros públicos– con la administración de justicia? Ya es hora de que el Congreso tenga los pantalones de abolir este disparate. Claro que los catedráticos deben ganar más de lo que perciben ahora. Y también poder investigar más, capacitarse, etc…
Pero eso pasa por varios problemas estructurales, como el cierre de facultades inútiles, el pago de acuerdo con las capacidades y, por supuesto, el final de la enseñanza universitaria gratuita. Ya es hora de que se pague algo –vía préstamos blandos a largo plazo– por lo que se recibe.
Finalmente, se sigue con este absurdo esquema represivo contra el narcotráfico en lugar de atacarlo inteligentemente. ¿Sabía usted que Osinergmin tiene un sistema llamado SCOP donde se perfila perfectamente cómo se mueve el kerosene en el Perú? Me asombra que hasta ahora Dammert y Pizarro no se pongan de acuerdo para usar esta herramienta contra el narcotráfico.
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