Odiado y vilipendiado por muchos, respetado por otros. Lo cierto es que pocos se resisten a leer las opiniones del director del diario Correo, Aldo Mariátegui, declarado enemigo de “fascistas”, “rojos” y “tibios”, que se niegan a decir las cosas como son. Aquí reproducimos sus columnas y las críticas que recibe.
01 abril 2008
¿Miedo al tomate? (24/03)
Ultimamente se han estado escribiendo extraños obituarios –unos directos, otros sibilinos. Los segundos típicos de personajes tipo el apologista consultor fujimorista y ex alto funcionario de las postreras y peores épocas, que ahora funge de implacable crítico con su ex empleador para congraciarse con los caviares y pasar piola. Como decía la vieja canción setentera “Hipocresíaaa, morir de sed habiendo tanta agua”– sobre el ministro de Economía por el tema inflacionario. Es que siempre hemos sido un país de alarmismos y mala leche, así que un leve brote inflacionario –básicamente por origen externo y alguillo por emisión monetaria– es magnificado como si fuera... ¡el fin del mundo! Incluso algunos medios (rojos antiguos, chavistas y caviares) impulsan adrede el pánico con portadas de mala leche, lo cual dispara expectativas y encarece aún más las cosas; profecía autocumplida. Es que más les importa joder al gobierno de turno espantando a la manada que los mismos estómagos de esa manada y buscan poner nerviosos a algunos de pasados inflacionarios con eso y encuestas (cuando las que valen son “las finales”, como bien una vez le escuché contestar al cazurro Felipe González) para que los llame para chambas, para levantar a Humala o por simple antiaprismo. De los productos locales que no están afectados por los precios internacionales (como el trigo para el pan y fideos, el maíz para alimentar pollos, la soya para el aceite), sólo el tomate y la papaya han subido muy fuerte y se han quedado arriba (otros subieron y bajaron). ¿Y acaso la gente no puede vivir sin tomate y papaya? Que no los compre nadie. Verán como descenderán. Más imaginación, más información y menos lloriqueo a la hora de hacer las compras. Si les contase las historias que le he escuchado a viejos japoneses, españoles, ingleses y holandeses de cómo era alimentarse en sus postguerras. ¡Un pobre peruano es un emperador al lado! Pejerrey, pota, anchoveta, cuy o jurel con papas en lugar de pollo con fideos. Un plátano con huevo duro (potasio, vitaminas y proteínas) –más avena si se puede– de desayuno en lugar de panes franceses (puro bromuro cancerígeno) con margarina y té (sólo carbohidratos y agua). Quinua en lugar de arroz. Morcilla (puro hierro) para espantar la anemia y que los niños no se duerman en clases. Y estarán un millón de veces mejor alimentados. Y barato. ¿Cuándo se comerá aquí masivamente “fish and chips” (pescado frito con papas: proteína más carbohidratos) cual comida al paso como hacen los robustos proletarios ingleses –miren al futbolista Owen, vigoroso cholo británico– en lugar de porquerías como “chanfainita”? ¿Cuándo se masificará la canola para sustituir al aceite de soya? Y ya basta de tanta histeria por el tomate. Le perdería completamente el respeto ganado a García si entra en pánico y le corta la cabeza a Carranza por un pequeño y ajeno hipo inflacionario, como si eso fuera a bajar el trigo y el aceite. Hora de sereno nervio. Como Ulises, oídos sordos a las sirenas, que el camino a Itaca está bien enrumbado y aún soplan buenos vientos. Un poco de oleaje no debe asustar al timonel. ¡Menos el tomate!
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