El gobierno debe salir de su actual marasmo en cuanto a reformas para evitar perder la viada de este crecimiento y más bien retroalimentarlo. Las reformas más importantes son la estatal y la laboral. Sobre la primera, la aprobación de la ley de la carrera administrativa pública es tan sólo un primer paso en cuanto al factor humano, porque allí también se necesitan cambios drásticos en procesos, controles y trámites, comenzando por las municipalidades, que son a menudo las primeras oficinas públicas con las que lidia el ciudadano. Pero, lamentablemente, ya se vislumbra que en el resumen de este gobierno que leerán las generaciones posteriores en sus libros de historia figurará: “A comienzos del siglo XXI, Alan García, salvo algunas pequeñas medidas, no quiso iniciar la reforma del Estado en lo que fue su segunda administración”. En cuanto a la reforma laboral, ya se vio que es imposible llegar a un texto consensuado en el Consejo Nacional del Trabajo con esta ideologizada y sobrevalorada CGTP, mientras que en el Congreso o no se tienen muchas ganas de tocar racionalmente este asunto o se van a engendrar barbaridades de las manos de Negreiros & cía, que llevan de las narices al resto, con la bendición de un decepcionante ministro que parece Poncio Pilatos. Como urge zanjar esto de una vez, en un texto corto y fácil que promueva el empleo y la formalidad en lugar de ahogarlos, lo más sensato sería aprobar de una vez una ley flexible del trabajo bajo estas facultades legislativas para el TLC que vencen el 30 de junio próximo, para luego someterla a la revisión del Congreso. Esto no tendría por qué generar una oposición dramática, pues es de esperar que el nuevo régimen se aplique sólo a los futuros ingresantes al mercado laboral (¡deseosos de empleo!), con alguna salvaguarda para impedir que los “viejos” sean despedidos y retomados bajo las nuevas condiciones (a menos que voluntariamente y por algún estímulo –como un aumento de ingresos– deseen pasarse al régimen nuevo). Los regímenes duales son desagradables, pero parece que ésta sería la única salida para que de una vez adoptemos un marco laboral estable para siempre, lo que liberará a muchos de esa servidumbre llamada informalidad. Pero parece que en ese librito de historia, sección “Aspectos económicos de la segunda administración de Alan García”, se leerá: “A pesar de que la gigantesca informalidad, el subempleo y el desempleo evidenciaban que las normas laborables estaban divorciadas de la realidad, el Ejecutivo optó por dejar que el Congreso tome la iniciativa, lo que generó –aquí vienen dos posibles versiones– a) un impasse entre poderes que no varió el statu quo o b) una normativa retrógrada que ahondó los problemas mencionados”. Ni qué decir de otras medidas reformistas urgentes, como el ingreso de capital privado en los colapsados Sedapal, Enapu y Electroperú, pero ya vemos que el epitafio dirá: “Nuevamente, el Perú desperdició una gran oportunidad y en las elecciones del 2011…”.
PD: Enmiendo un error de ayer: La República reveló la existencia de un túnel luego de que Serpa suspendiera las negociaciones aduciendo que se estaba construyendo un forado. Las disculpas del caso. Igual, creo que hicieron mal al confirmar sus sospechas con su posterior nota.
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