El otro día conversaba con una persona que viaja mucho por el Cusco y le preguntaba si la corriente antisistema arrasaría allá otra vez el 2011, que si el problema allá era de “reconocimiento” como alegó recientemente el agudo (y chismoso) Julio Cotler.
Mi interlocutor me respondió que “allá el tema es ideológico, de mentalidad y hasta el tuétano, con mucha culpa de los intelectuales locales. Cierto que hay mucha pobreza e ignorancia, que la inflación ha golpeado y que también es verdad que un moderado como Máximo San Román casi gana la presidencia regional en lugar de este agresivo inútil de Hugo Gonzales Sayán porque perdió sólo por el voto rural, pero hay demasiada bronca contra Lima, la Costa y la modernidad capitalista que representan, a la que enfrentan con un orgullo local infantilmente exacerbado, del cual se nutre ese revanchista sentimiento difuso que en la capital llamamos ‘humalismo’”.
Eso me hizo recordar una reciente entrevista que leí en Somos al escritor cusqueño Luis Nieto Degregori, que criticaba al “‘cusqueñismo’ por xenofobia y chauvinismo (...) una idealización absoluta del pasado centrándose sólo en lo incaico, tiene una solemnidad retórica y tal vez lo más grave es que este cusqueñismo no ayuda a conservar la ciudad, se queda en el discurso (...) les falta humor y apertura al mundo (aquí se refiere a la intelectualidad cusqueña)”.
Algo de esa vista pequeña frente al mundo, esa huachafería retórica y esa falta de humor las encontré paradójicamente en una revista cómica cusqueña que se puede adquirir aquí en “Zeta”. Se llama Chillico (saltamonte en quechua) y uno puede encontrar allí las mayores imbecilidades populistas, acompañadas de una retórica pomposa y muy agresiva, del típico antichilenismo y antilimeñismo de plazuela, de un “pasadismo” obsesionado por lo incaico (¡cómo si no hubiera existido Caral, Chavín, Chan-Chan o las culturas Mochica, Paracas y Nasca!), de un centralismo nacionalista (¡cómo si los quechuas fueran la única etnia indígena peruana!), de un pachacutismo, de un tupacamarismo que son hasta risibles por adolescente. Es como leer a un italiano de nuestros días despotricar constantemente de los invasores austriacos del siglo XIX y vivir contemplando al mundo actual con la perspectiva del Imperio Romano, acudiendo todo el día al emperador Augusto y a Garibaldi para entender la realidad contemporánea...
Con burdos dibujos antisistema y de humor violentista, uno encuentra textos curiosos por su arcaico romanticismo telúrico, dignos del siglo XVIII europeo, como “Hemos nacido en el mundo andino. Somos del corazón del mundo andino. Creemos conocerlo, está en nuestra sangre, es nuestra esencia y podemos hablar por él, en él y con él.
Fue su leche materna la que nos amamantó y tibia cobija su qheswa (sic) interandina. Creemos estar impregnados de muchas cosas que son propias del mundo andino. Así podremos hablar de la intuición andina, porque estaremos hablando de nosotros mismos, por nosotros mismos”.
Claro, uno lee estas cosas tan marcianas en gente que es supuestamente la más preparada allá y ya no encuentra extraño que allá muchos crean en disparates como una “bandera incaica” que jamás existió, que vivan enamorados de un “hormigueril” imperio que duró como tal apenas 100 años, que los chilenos van a comprar Machu Picchu o que sigan haciendo problemas cuando ya se les había excluido de la Ley de Monumentos.
Es ideológico, más que falta de “reconocimiento” o de dinero.
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