El revisionismo histórico siempre es polémico (y entretenido), pero debemos ser curiosos y críticos con las versiones oficiales porque eso es lo que nos aproxima a la verdad. ¡Uf, todo lo que me dijeron por escribir que Alfonso Ugarte no se tiró del Morro de Arica –algo que cuenta el mismo Basadre– o que Grau cometió errores gravísimos, como no abocarse a destruir inmediatamente a “La Covadonga” en lugar de recoger a los náufragos de “La Esmeralda”, no hundir al “Matías Cousiño” o salir en su último viaje sin haber limpiado los fondos del “Huáscar”, lo que le restaba 25% de velocidad, por lo que no pudo huir, como sí lo hizo “La Unión”, en Angamos! Pero es tarea de uno contar cómo fueron las cosas, por más que otros se indignen.
Con el gran poeta César Vallejo sucede una historia similar. Leo la magnífica entrevista al peruanófilo francés Coyné publicada ayer en el “Dominical” de El Comercio y coincido con varias de las revelaciones que hace. Es que la biografía oficial de Vallejo fue mitificada por la izquierda, la que, por ejemplo, culpa a toda la sociedad peruana de su encarcelamiento en Santiago de Chuco, cuando ese tipo de desgraciado incidente –que los caciques del pueblo se la cojan contigo– te puede pasar fácil aun hoy en día en cualquier lugar del mundo. Los rojos recalcan que vivía en la miseria por la indiferencia de los demás. Oigan, vivía sin dinero y jodido como cualquiera al que no le gusta el trabajo y sí la vida bohemia. Le buscaban empleos y fallaba. Por ejemplo, Haya le contó a una persona cercana cómo se le consiguió que enseñe en el Guadalupe y siempre llegaba tarde por sus amanecidas. Una vez el director lo regañó y Vallejo le contestó “que si quería, lo eche”. El director le preguntó qué haría entonces y Vallejo le contestó “que vendería papas a la huancaína”. No duró mucho después de eso...
Tampoco se fue “huido y pobre a Francia”: el viaje y los viáticos fueron financiados por un mecenas trujillano. En París trabajó poco y vivió ese divertido triángulo con las francesas Oriette y Georgette hasta que se casó con la segunda (que era insoportable, según narra Neruda en Confieso que he vivido. ¡Sería como la Karp!) y se mandaron un tremendo viaje por toda Europa con un dinero de ésta, que tenía sus cobres. Es que el ahorro y la responsabilidad no eran virtudes vallejianas... ¡Coyné cuenta cómo el poeta se llevó con unos amigos unos jarrones chinos de la esposa para empeñarlos y los perdieron por borrachos en el metro! Vallejo vivía de su mujer, de algunas crónicas que mandaba al Perú y de su labor como agente del gobierno comunista ruso. No pasaba siempre apuros porque la sociedad capitalista fuese malvada, como aseguran los rojos, sino por bohemio y flojo. Tampoco, como bien aclara Coyné, era especialmente taciturno. Más bien era muy goloso con el dulce.
Lamentablemente, cogió una tuberculosis, enfermedad entonces incurable que atacaba a ricos y pobres, la que lo mató relativamente joven. El error del Perú de aquel entonces no fue imitar a Chile con Neruda y hacerlo cónsul para que se gane la vida y escriba tranquilo, pero resultaba remoto que Sánchez Cerro o Benavides le hicieran esa dádiva a un furibundo agente comunista de Moscú. Una pena.
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