No me sorprende esta exótica mezcla de sadismo, displicencia, indolencia y hasta prepotencia con la que la Municipalidad de Lima y algunos distritos están maltratando a los automovilistas rompiendo sin ton ni son nuestras calles. Me recuerdan esas inolvidables, inmortales, preclaras palabras del asesor municipal Armando Molina cuando le preguntaron por qué habían roto en pleno verano la prolongación Huaylas, la avenida que pasa por Villa para salir a la Panamericana Sur, y el inefable caballero contestó que la estacionalidad no tenía nada que ver con la ejecución de las obras. Por eso siempre recordaba en voz alta a este Molina con muchas palabras de cariño cada vez que me atracaba allí por mucho rato con el calcinante sol de febrero y me imaginaba aplicándole un sinfín de torturas medievales, ligadas al calor, por supuesto, como una sana distracción mental.
Es que tenemos idioteces similares como eventos anuales ya tradicionales, como romper partes de la Carretera Central en invierno para hacerle la vida imposible a los turistas de fin de semana que van a relajarse a Chaclacayo y Chosica o hacer obras en la Costa Verde a comienzos de enero para incordiar a los bañistas y choferes.
Ojo, estoy completamente de acuerdo con que se hagan estas obras. Sé que es inevitable que acarreen molestias y reconozco que de aquí a dos años se las vamos a agradecer sobremanera a Castañeda y los alcaldes distritales actuales, pero todos percibimos que existe una falta de planificación para minimizar molestias y subleva cuando uno observa pistas que parecen abandonadas a medio hacer o con apenas un puñado de obreros laborando. Las destrozan muy rápido, pero de allí baja ostensiblemente el ritmo de los trabajos y del personal a cargo. Eso es fácil de constatar, por ejemplo, en las miraflorinas República de Panamá o en Berlín, donde los terrales tienen días y días sin ser cubiertos por el asfalto. Y en esas calles sí no hay excusas de que “hay huacas o restos arqueológicos y el INC fastidia”.
En todo caso, todas estas ordalías nos deben ir preparando para esa gran obra que cada vez es más urgente y que el próximo alcalde limeño de todas maneras va a tener que hacer: convertir a toda la avenida Javier Prado en una vía expresa (que debería llegar hasta el aeropuerto).
Ya cada día se hace más evidente que se necesita un eje oeste-este así para complementar al sur-norte actual del Zanjón y cortar a la ciudad con una cruz de tráfico veloz y con tréboles de intercambio por todos lados, de esos que abundan en Los Ángeles. Una Javier Prado rota sí que será un martirio de marca mayor, dado que a diferencia del Zanjón (con Arequipa, Petit Thouars y Arenales), Javier Prado no tiene una sola vía paralela
sustitutoria a todo lo largo mientras se trabaja.
¿Y el lector sabe quién fue Javier Prado Ugarteche? Fue un destacado personaje intelectual de comienzos del siglo XX: rector de San Marcos (cuando no cualquiera, como ahora, lo puede ser), senador, canciller, vocal de la Corte Suprema, filósofo y jurista, todo esto antes de morir prematuramente sin cumplir los 50 años.
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