Me entero de la repentina muerte en el Congreso de Alberto Bustamante, ex profesor mío en la PUCP, y más tarde recibo esta muy sentida columna de Pedro Salinas, al que cedo mi espacio por lo obviamente pertinente de la misma:
“¡Conocí a Alberto Bustamante hace poco más de veinte años, en los tiempos que trabajé en el Instituto Libertad y Democracia. Tenía yo entonces veintitantos años y él, como treinta y pico, y ya era todo un personaje con dotes de intelectual y escritor, extraordinario abogado y brillante investigador. También era una de las personalidades más pintorescas y entrañables que he conocido en mi vida. Paranoico. Hipocondríaco. Obsesivo. Ingenuote. Exagerado. Provocador eficaz. De aguzado sentido del humor. Cabeza bien organizada. Crítico afilado. Tozudo polemista. Generoso y honesto. De fervor creador. Sabedor de chismes y leyendas. Sí, algo de eso era Alberto, pero sobre todo descollaba en él su nobleza y calidad humana, que son las que me mueven a pergeñar estas líneas, que son pocas y desordenadas, siquiera como adhesión a una vida y a una muerte que me ha impactado como una piedra lanzada contra el pecho. Su inconfundible figura, desgarbada, aspecto desordenado, de vestir caprichoso y despreocupado, ojos vivaces y sonrisa fácil, será difícil de olvidar. No viene a cuento aquí explicar su traspié político, aquel que le significó que varios de sus amigos cercanos le diesen la espalda, aquel que le significó la ruina de su vida profesional, aquel que le significó el ostracismo social. Porque como dice el propio Alberto en su libro: ‘La justicia no llega de afuera, sino de la paz interna’. Y yo sólo espero que aquellos ‘amigos’ que le repudiaron y le estrujaron el corazón paguen su felonía. Pero todo llegará a su tiempo, pues la vida siempre se encarga de estas cosas. Solamente hay que saber esperar. La última vez que hablé con él fue hace algo más de un año. Me llamó para excusarse de acudir a la presentación de un libro que presentaba. No estaba de ánimo para ir, me dijo, pero quería explicármelo, decírmelo personalmente, aunque sea por teléfono. Y aprovechamos para conversar un rato largo, en el que me enteré de algunas de esas deslealtades que saben a hiel.
Quedamos en tomarnos un café para seguir la charla y hablar sobre temas más profanos y divertidos, pero nunca lo hicimos. Ni lo haremos, porque Alberto ya no está. Se fue, de prisa, como apurado, acaso con la intención de no darle la lata a nadie. Se fue, estoica y violentamente, olvidando para siempre los días de ocaso y de esplendor que tuvo en diferentes momentos de su vida. Igual te recordaremos, Bustamante. Igual te recordaremos. Y siempre con cariño. Siempre”.
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