De avenidas y pandilleros (16/02)

Me alegro que estén arreglando la Avenida Arequipa, pero que no vayan a tumbarse los hermosos árboles y palmeras que la adornan desde que la hizo el presidente Leguía. Dicho sea de paso, lo justo es que se volviese a llamar Avenida Leguía, su nombre original cambiado por mezquinas razones políticas (y la chorrillana Huaylas debería llamarse “Pablo Gutiérrez Weselby”. Tuvo mil desaciertos, pero fue el personaje público más querido e importante en ese distrito. Y además, ¿qué tiene que ver el andino “Huaylas” con un distrito tan marítimo?). Como también deberían regresar nombres que la gente sigue usando en lugar de los impuestos posteriormente, como Wilson, República de Panamá, Pershing o parque Kennedy. Nadie, nadie coloquialmente les dice Garcilaso, Roosevelt, Sánchez Carrión o parque Central a esos lugares.
Y algunas sugerencias, tal vez disparatadas, de lo que uno ha visto afuera para embellecer Lima en esta APEC:
a) Modernizar la horrenda fachada del Centro Cívico para que quede como los bancos del distrito financiero sanisidrino. b) Pintar todo nuestro gris zanjón de ese mismo color rojo especial del Golden Gate de San Francisco y c) Pintar de oro viejo nuestros negros monumentos, colocando planchas de cobre oxidadas (verdes) en sus “cementeras” bases, tipo lo que se ve en París.

- Me encuentro con un amigo médico que me cuenta que ahora está trabajando en la Emergencia de un hospital inmenso en un cono y que tiene harto trabajo. Ingenuo, le comento que seguramente estará agobiado por malestares típicos de verano como diarreas, virosis, infecciones, etc... o por choques vehiculares. ¡No! Mi amigo me aclaró que reciben un promedio, agárrense, de como cien casos diarios de heridos por pandilleros adolescentes, sea por arma blanca, bala, golpes contundentes o hasta mordeduras. Esto último porque crían perros de razas muy bravas como pitt-bulls, dobermans o rottweilers, los azuzan hasta que estén superexcitados y se los echan a sus rivales (conozco el caso de un colega al que le metieron un pitt-bull enojado en la fiesta de un hijo y diez invitados acabaron en la clínica. Nada lo detuvo. Ni patadas, ni silletazos ni cuchillazos. Esa raza en particular debería estar prohibida, como en otros países).
Ante mi asombro, me explicó que existe una poco conocida ola de criminalidad juvenil increíble en esas zonas, que aquellos que vivimos blindados en zonas residenciales por eficientes serenazgos ignoramos completamente porque casi no se formulan denuncias, que la escasa policía allá no se da abasto, que los padres andan desesperados, que los jueces y fiscales son muy blandos y que él teme que tarde o temprano lleguemos a niveles como El Salvador, Honduras o California, donde las “maras” centroamericanas o los “gangs” gringos como los californianos “Bloods” y “crisps” mandan en zonas extensas. Añadió que veía muy complicado el tema, porque allí se mezcla falta de represión policial con drogas a la mano (el “pastel” y la cocaína ahora están baratísimos), miles de familias constituidas sólo por madres solteras que no pueden controlar a nadie, una educación pública pésima (¡gracias Patria Roja!) y pocas perspectivas de futuro.